Mi primera vez en Metro Dance Club
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La primera vez que pisaba Metro Dance Club

Sintiendo el ritmo desde sus profundidades: mi experiencia al cruzar las puertas y conocer uno de los templos nacionales de la música electrónica.

Por Otto Ballester

La intensidad, el éxtasis colectivo, la ceremonia. El lugar donde se mezclaban las emociones con los sonidos, donde el ritmo se convertía en algo que, si bien no se podía ver, estaba en todo momento a tu lado. Guiándote. Acompañándote. Envolviéndote. Era la primera vez que pisaba Metro Dance Club.

Aquella variedad de ambientes y edades se trataba de algo nuevo para mí. La comunión general que se vivía invitaba a dejarte llevar, no tener prejuicios y, sin darte cuenta, verte situado delante del DJ. Ese chamán que nos conducía a todos en nuestra travesía, ese eje central sobre el que todos los elementos en común giraban.

Mi primera vez en Metro Dance Club

A medida que avanzaba la noche sentía cómo las revoluciones de las canciones se sincronizaban con las de mi corazón. Fue en ese momento cuando comprendí que la función del DJ en Metro es mucho mayor que en cualquier otro sitio. Porque más que ser un generador de momentos, le correspondía la de poner una nota musical a tu viaje. La de guiarte entre sus salas y hacer que por un momento tu mente se perdiera y te volvieras a encontrar bailando en medio del Living Room, del Patio o del Dance Floor. Solo, con un amigo o con un desconocido. Porque lo importante era vivir el momento, y vivirlo con la mejor compañía posible.

En mi caso, me encontraba en el Dance Floor. En un pequeño hueco que uno se crea entre la gente, recuerdo ese sonido atronador por mis cuatro costados viniendo de todas partes. Pero también, en ese ruido podía escuchar las reacciones y los gritos de las personas que tenía alrededor. Por muy alto que estuviera, yo quería más decibelios. El calor se concentraba, el ruido subía y los altavoces no parecían tener límite. Eso era el Infierno placentero.

La sensación de saber que el tiempo es algo externo a una experiencia en Metro me confortaba. Como si de una ascensión del Infierno al Paraíso se tratase, pasé de la oscuridad a la luz. Y ahí estaba yo, apoyado en la barandilla del Living Room mientras veía el amanecer, con el conocimiento de que a esta aventura le quedaban más episodios por descubrir.

Sonaban los compases finales. Me giré, y en mi voluntad de guardar aquel festival de emociones acontecidas, me limité a observar el entorno. Notaba un vínculo que poseía con las demás personas, sin necesidad de comunicarnos. Un vínculo que no iba a ser fácil de separar. Aquella noche nos había unido a todos, sin importar edad o estilo, porque era un vínculo colectivo en paz con aquel lugar. Allí lo tuve claro. Sería la primera, pero no la última vez que pisaba Metro Dance Club.

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